jueves, 27 de junio de 2013

23 DE JUNIO: PENSAR Y FESTEJAR

       Decía Albeto Zum Felde: “No solo los partidos tradicionales del Uruguay, sino todos los partidos políticos del mundo, cualesquiera sean el país en que actúen y el nombre que se les dé, representan dos fuerzas opuestas: la conservadora y la renovadora: Monárquicos y republicanos, reaccionarios y reformistas, dogmáticos y liberales, capitalistas y socialistas, representan estas dos fuerzas, según el lugar y el momento en que actúen”[i].
      En el pronunciamiento de este 23 de junio pasado, destinado a expresar la voluntad de llevar a plebiscito derogatorio la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo de 22 de octubre de 2012, los ciudadanos se inclinaron casi unánimemente por la negativa. Apenas un diez por ciento de los habilitados para votar  concurrió a las urnas para expresar su conformidad. Casi un noventa por ciento se abstuvo de concurrir, con lo que la posibilidad de un  plebiscito derogatorio quedó descartada. Es probable que muchos no hayan concurrido a las urnas por el frío, otros por el fútbol, pero es razonable deducir que la ruidosa ausencia –mayoritariamente- significó un pronunciamiento por la negativa 
      Es interesante intentar un análisis del por qué de ese resultado casi asombroso, aún para los que pensábamos que la iniciativa –impulsada mayoritariamente por el Partido Nacional y por la feligresía católica y sus autoridades- estaba destinada al fracaso.  

      Los orientales dispusimos, desde nuestros orígenes como tales y como modelo y guía, de una escala de valores  de moral política incomparablemente valiosa. Artigas fue un caudillo de ideas progresistas, avanzadas para su época,  inspiradas –como se enseña a nuestros niños desde la escuela-, en el ideario de la Ilustración y de las revoluciones norteamericana y francesa. Su enfrentamiento y su lucha perfilan, del principio al fin, una matriz ideológica liberal, tal como es visible su nítido relieve en las Instrucciones del Año XIII. Quien conoce medianamente su ideario sabe que su pensamiento se orienta definidamente hacia la libertad de conciencia y de pensamiento “en toda su extensión imaginable”, y que su perfil político es laico y distante de credos, tal como lo revelan las frecuentes alusiones de su epistolario.
       Por otra parte, Zum Felde remonta a Rivera y a Lavalleja, a sus respectivos perfiles psicológicos y sociales –astuto, racional y pícaro uno, pasional, orgulloso y clasista el otro-  el hontanar de las dos grandes vertientes de nuestro pasado político posterior a Artigas,  sin que los adjetivos adjudicados a ambas personalidades se identifiquen necesariamente con el ADN de cada una de ellas, pero sí con ciertos biseles comportamentales definibles por su orden con  lo progresista y lo conservador. Tal es la identificación que hace Zum Felde de las dos vertientes políticas históricas con aquellos dos biotipos, y lo creemos acertado, tanto que atribuimos al claro enfrentamiento de ambos perfiles –por encima de lemas y cintillos-, el resultado, naturalmente que relativizado, de la votación de este 23 de junio.
        Es cierto que al día de hoy nuestro mapa político es  muy diferente del de la primera mitad del siglo XX. La irrupción del Frente Amplio provocó un quiebre del esquema bipartidista, y parte importante del caudal electoral  –mayoritariamente del Partido Colorado- fue cantera que con el tiempo pasó a acrecer la tercera fuerza, encolumnada tras el liderazgo de un militar colorado, Líber Seregni, más otras figuras de prestigio como Zelmar Michelini,  Alba Roballo y Hugo Batalla entre otros. Por supuesto que la célula madre fue la izquierda tradicional y la izquierda cristiana.  Pero numerosos fueron los que dejaron de ver en el lema Partido Colorado la fuerza innovadora, laica, liberal y reformista impulsada por José Batlle y Ordónez. La habitualidad en el ejercicio del poder enlentece y desgasta, y la complementariedad de los opuestos –la 14 y la 15- tuvo su inevitable crisis.   
         El Partido Nacional, como tal nacionalista, de raigambre rural, ajeno al espíritu de la Ilustración y emocional, patriota, clasista y conservador, afín a lo religioso y tradicional –Bernardo Prudencio Berro sería una de sus figuras paradigmáticas- no aportó mayor caudal a la tercera fuerza naciente,  excepto el de algún líder disidente y progresista, Enrique Erro, y el de una juventud renovadora que se sintió desarraigada de un estrato político y social conservador, y que como tal no representaba los ideales agitados por la reciente y seductora revolución cubana. La presencia de esta juventud fue gravitante –si no decisiva- en la conmoción institucional que sirvió de pretexto a la instalación de la dictadura cívico militar.  
          Si al esquema que queda expuesto se pasa el esfumino para desdibujar sus bordes y  dejar amplio margen a la relatividad y a salvar omisiones, se percibirá que el resultado de la votación del 23 de junio, tendiente –en lo intencional- a dejar sin efecto la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, era fácilmente predecible. La orientación política del gobierno actual –y no decimos de la coalición llamada Frente Amplio- es afín, aunque se lo niegue,  al ideario de José Batlle y Ordónez, orientado hacia el progresismo, hacia la más amplia concepción de la libertad, y como tal de última raigambre liberal. Una radiografía de la  composición del Frente nos revela un importante sector ideológico de izquierda y otro no menos importante de definido perfil liberal y progresista.
          Pero más allá –o por mejor decir en lo basal- del actual mapa político partidario, hay ciertos hitos en la historia ideológica de nuestra política legislativa, timoneada durante casi un siglo por el Partido Colorado, que fueron determinantes –desde lo inconsciente histórico-  de la abrumadora abstinencia ante la propuesta de derogar la ley legitimadora del aborto voluntario.
        Quizás el principal (y remoto) factor determinante se halle en la separación de la Iglesia y del Estado concretada en la Constitución de 1918 que institucionalizó la laicidad del Estado. La convicción de que vivimos en un Estado laico habita –al día de hoy – en la conciencia y en la convicción de los ciudadanos, aún de los propios católicos, como lo reconociera hace más de un siglo el nacionalista Martín C. Martínez. Si esta convocatoria a las urnas se hubiera realizado por el mismo motivo en alguno de nuestros vecinos, el resultado hubiera sido radicalmente diferente. Y esa convicción de laicidad institucional ha instalado en la colectividad la conciencia de que hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que le pertenece. Porque fue de toda evidencia que la Iglesia y sus autoridades se pronunciaron y trabajaron activamente –por todos los medios- a favor del voto derogatorio sin obtener mayores resultados. Ni el cura del pueblo ya es escuchado, ni el agitado slogan del “derecho a la vida” –emocional y abstracto- prevaleció a la racional necesidad de atender una problemática social concreta y a la reivindicación de un derecho.
          Causa no menor, en consecuencia, ha de haber sido “la abstinencia voluntaria” en el voto de la mujer, que reivindicó con su silencio lo que siente como un derecho inherente a su sexo.    
         No obstante lo dicho, debemos sumar a la laicidad de Estado otra concausa de este hecho tan singular sucedido el 23 de junio. Creemos que en gran medida gravitó silenciosamente la educación laica implantada por la Reforma Vareliana, instalada con ciertos límites  el 25 de agosto de 1877 en el marco ideológico de una fuerte corriente positivista, y definitivamente instalada en la ley Williman de 1919.
          Un diputado del Partido Nacional, promotor de la recolección de firmas previa al plebiscito, dijo a un medio de comunicación que la escasa votación se debió a que el pueblo no se había expresado a través de los partidos políticos. Nada más erróneo. El proyecto de reforma constitucional impulsado por la dictadura fue rechazado el 30 de noviembre de 1980 por una fervorosa mayoría en medio del silencio impuesto por una total interdicción política. Es que las convicciones políticas de nuestros ciudadanos se hallan muy por encima y más allá de los marcos partidarios.
           El silencio de las urnas del 23 de junio pasado fue un abrumador rechazo al intento de derogar una ley que encuadra a la perfección –quizás pueda mejorarse con retoques reglamentarios- en la ya tradicional libertad de pensamiento que caracteriza nuestro perfil ideológico. Los ciudadanos han hecho caso omiso –lo mismo que en 1980- a un intento de limitar nuestra libertad de decidir. Simplemente han dicho no al temor, no a la excomunión, no a falsos dilemas y sí a la libertad

                                                                                                         Jaime Monestier

                                                                                                                                                                                



[i] El Proceso Histórico del Uruguay, Arca, 1991, p. 176

1 comentario:

  1. Lamentablemente, se perdió una oportunidad para que el pueblo decida. El triunfo de la ley de despenelización hubiera sido más sólido y valioso si los uruguayos hubieramos habilitado maduramente el recurso sin miedo a que esto significara una victoria para los reaccionarios que intentan siempre sacar partido político incluso de las panzas de mujeres con embarazo no deseado que naturalmente no son las panzas de ellos. Pienso que se perdió una oportunidad de participación popular consciente y militante, que al parecer ya definitivamente no seduce a los uruguayos en este mundo global, comercial, shoppingcenteresco, etc. Nos queda la alegría mesurada de que la ley se mantuvo y nada más.

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